Unas 750 millones de personas padecen de tiroides

En diálogo con Télam, especialistas consideraron que los síntomas de las alteraciones en la glándula tiroides son “inespecíficos” ya que se comparten con otras enfermedades o situaciones de la vida cotidiana.

El diagnóstico temprano y el reconocimiento de los síntomas de alteraciones en la glándula tiroides, lo que provoca disfunciones en todo el organismo, son estrategias que los especialistas consideran vitales para evitar patologías vinculadas a su funcionamiento, con motivo del Día Mundial de la Tiroides, que se conmemora cada 25 de mayo.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se estima que unas 750 millones de personas en el mundo padecen de alguna patología tiroidea, de las cuales un 60 por ciento lo desconoce.

“Esto podría deberse a que la patología tiroidea suele ser de lenta instalación, y entonces lleva a un retraso en la consulta porque el individuo se va adaptando a la disfunción o al crecimiento de un nódulo”, explicó a Télam Laura María Schiró, médica endocrinóloga del Hospital Posadas.

La tiroides es una glándula pequeña que se ubica en la cara anterior de la base del cuello, con forma de mariposa y produce las hormonas tiroideas conocidas como T3 (triyodotironina) y T4 (tiroxina) que intervienen en múltiples funciones de todo el organismo.

Este órgano endocrino regula la temperatura, el crecimiento, el desarrollo, la reproducción e interviene en el funcionamiento de las células de órganos y sistemas como el corazón, el intestino, los músculos y el cerebro, precisó en diálogo con Télam Karina Danilowicz, presidenta de la Fundación para la Asistencia, Investigación y la Docencia En Endocrinología (Fundaide).

En este sentido, las hormonas T3 y T4 son las encargadas de que el metabolismo funcione correctamente.

Entre los factores de riesgo para desarrollar enfermedades tiroideas, Inés Califano, co coordinadora del Departamento de Tiroides de la Sociedad Argentina de Endocrinología y Metabolismo (Saem), enumeró la predisposición hereditaria, la exposición a radiación (por ejemplo radioterapia en la zona del cuello), la deficiencia de yodo en la dieta y algunos fármacos.