A 46 años del último golpe militar en la Argentina

El 24 de marzo de 1976 se inició el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” encabezado por una junta militar integrada por Videla, Massera y Agosti.

Aquí desarrollamos tres ideas: en primer lugar, que el golpe militar no fue realizado para aniquilar a la “subversión”, según indicaba el discurso oficial, puesto que aquella ya estaba casi totalmente derrotada; segundo, que la dictadura implementó el Terrorismo de Estado y la técnica de la desaparición de miles de personas y tercero, que el terror tuvo como objetivo disciplinar a la sociedad argentina y fundamentalmente implementar un nuevo modelo económico neoliberal que condujo a la pobreza y exclusión social de millones de compatriotas y fue continuado por los gobiernos democráticos posteriores, en especial los de Carlos Saúl Menem.

Las vísperas del golpe militar

Para diciembre de 1975, durante el gobierno de Isabelita, viuda de Juan Domingo Perón, la situación política era muy compleja: se produjo un intento de golpe de estado de la Fuerza Aérea, con aviones sobrevolando la capital (recordemos que veinte años atrás se había producido el bombardeo a la Plaza de Mayo en el que masacraron a más de 300 personas) que pedían la renuncia de Isabel y la asunción del Jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla. Si bien el intento de golpe fue superado, el descontento iba en aumento. La oposición política, en especial, la Unión Cívica Radical, pidió la renuncia de Isabel y ésta convocó a elecciones para el 17 de octubre de 1976. Elecciones que nunca se realizarían.

¿Qué pasaba con las principales organizaciones armadas, Montoneros, de filiación peronista y el ERP -Ejército Revolucionario del Pueblo- de ideología marxista-guevarista? Las guerrillas, a juicio de los estudios académicos, estaban prácticamente desarticuladas y habían perdido todo apoyo o simpatía popular (si alguna vez gozaron de ella).

Como muestra bastan dos botones: por un lado, el 23 de diciembre de 1975 el ERP realizó el mayor operativo militar de su historia con el intento de copamiento del cuartel Domingo Viejobueno, en la localidad bonaerense de Monte Chingolo. La guerrilla estaba infiltrada, las fuerzas armadas sabían del operativo y el resultado fue devastador: más de 100 extremistas fueron asesinados; cuarenta habitantes de un barrio de emergencia continuo al regimiento fueron masacrados (villeros, por los que nadie levantó la voz) y también, entre las fuerzas militares y de seguridad hubo diez bajas. En suma, el fracaso estrepitoso de Monte Chingolo fue el certificado de defunción del ERP.

Por el otro, unos días después, el 28 de diciembre de 1975, fue secuestrado uno de los cuadros políticos más importantes de Montoneros: Roberto “El Negro” Quieto. Éste había sido fundador de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), uno de los evadidos en la cinematográfica fuga del Penal de Rawson en 1972 y el que diseñó el secuestro de los ejecutivos Juan y Jorge Born, de la multinacional Bunge y Born, que le reportó más de 60 millones de dólares a la guerrilla peronista. A esa altura, Quieto estaba derrotado ideológicamente. Ya había perdido toda expectativa en el proyecto revolucionario. Había dejado de creer en su organización y quiso alejarse, pero se le negó la autorización. En ocasión de las fiestas de fin de año, pese a que la conducción montonera prohibió a sus cuadros reunirse con los familiares, por razones de seguridad, Quieto desobedeció la orden. Fue secuestrado a plena luz del día, en una playa de la localidad de Martínez, llamada “La Grande”. Estaba acompañado por trece miembros de su familia: la madre, los hermanos, la esposa y los hijos. Nunca más apareció. Inicialmente, Montoneros pidió que el estado legalizara su detención. Poco después, ante una serie de caídas de militantes y casas operativas que hacían suponer que Quieto había entregado información a los militares, la cúpula guerrillera, desde cómodos sillones, lo condenó a muerte en ausencia por “traidor” y porque “hablar bajo tortura es una manifestación de grave egoísmo y desprecio por el Pueblo”. Luego del caso Quieto, la guerrilla peronista estableció la pastilla de cianuro para sus militantes, que la debían tomar para no caer en manos del enemigo y entregar información. En suma, atiborrados de recursos financieros (cuidadosamente concentrados por la conducción guerrillera), pero totalmente alejados del pueblo al cual decían representar, Montoneros manejaba inexorablemente y en soledad hacia el abismo.

El golpe militar

El 24 de marzo de 1976 se inició el periodo más cruento de la historia argentina con el establecimiento del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Fue un nuevo golpe militar -los anteriores habían sido en 1930, 1943, 1955, 1962 y 1966- en que las tres fuerzas armadas actuaron en conjunto: Jorge Rafael Videla (Ejército), Emilio Eduardo Massera (Marina) y Orlando Ramón Agosti (Fuerza Aérea).

Como en los golpes anteriores, éste contó con la participación y la complicidad de sectores civiles: la Sociedad Rural Argentina, la cúpula de la Iglesia Católica, los grupos empresarios y financieros, la mayoría de los medios de prensa (ClarínLa Nación, La Prensa, etc.), y el apoyo del Partido Justicialista y de la Unión Cívica Radical, que, entre otras cosas, proveyeron centenares de intendentes. Por último, más difícil de cuantificar, el golpe tuvo el apoyo -activo o pasivo- de importantes sectores de la sociedad, hastiados de la violencia política de las guerrillas y de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) y del descalabro económico del gobierno de Isabelita.

Por cierto, hay que ubicar a la dictadura argentina, en un contexto regional, caracterizado por el establecimiento de gobiernos de facto en toda América del Sur: Paraguay (desde la década de 1950), Bolivia (1964), Brasil (1964), Chile (1973), Uruguay (1973) y Perú (1975). Golpes, claro está, financiados o apoyados de manera activa por los Estados Unidos.

En definitiva, a 46 años del último golpe militar, el más cruento de nuestra historia, recordemos el dolor que produjo y produce en las miles de familias de desaparecidos y desaparecidas, en la exclusión de millones de personas por el modelo económico neoliberal implementado y en la deuda externa -¿eterna?- contraída por los jerarcas de la Junta Militar. Por último, no olvidemos que el plan del Proceso fue continuado y profundizado en los dos gobiernos de Carlos Saúl Menem (1989-1999), que contaron con importante apoyo popular.   


Jorge Núñez

Historiador. CONICET-UBA
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