Qué son los “olores COVID”

Los trastornos del olfato provocados por el coronavirus generan un fuerte impacto en la vida cotidiana de los pacientes. Cuál es el mejor tratamiento.

Las disosmias son distorsiones en la percepción del olfato. Dentro de estas, las más frecuentes son las parosmiasque suele aparecer entre un mes y tres meses después del alta epidemiológica. Estas alteraciones aparecen después de las hiposmias, una disminución del olfato, y, con ella, la aparición de lo que los pacientes llaman “olores COVID”. Estos son olores diferentes a los que conocían, no los pueden reconocer y recién después se instala la distorsión. Cuando pensaban que ya todo había pasado, que podían retomar su vida normal, un olor rico normal de su casa proveniente, por ejemplo, de velas aromáticas o de desodorantes se transforma en olor a heces.

En los relatos de los pacientes aparece la descripción de un olor químico a quemado, se siente ese olor constantemente, sin la presencia del estímulo químico propiamente dicho, sienten olor a cigarrillo en momentos en que nadie fuma, o cuando están solos en la casa. Esta alteración del olfato se denomina fantosmia. Estas no son las únicas consecuencias de padecer trastornos del olfato: la repercusión se siente en varios niveles y aspectos de la vida cotidiana.

Seguridad e higiene personal

Las personas con alteraciones del olfato son mucho más vulnerables a sufrir accidentes; por ejemplo, no se percatan de las fugas de gas y de la presencia de humo. No sienten el olor de la comida quemada o un desperfecto en un aparato electrónico.

La higiene personal también se ve afectada, estas personas no registran su olor corporal. El baño diario es un momento de amargura: el agua corriente sabe a cloaca. Algunos refieren que no respiran mientras se bañan porque los productos de belleza capilar, como el champú y la crema de enjuague, les sabe horrendo.

Durante el cepillado de dientes, la pasta dental, la mayoría tienen sabor a menta, causa náuseas. La ropa limpia, tratada con enjuague, tiene olor a vómito. Comenzar el día así descorazona a estos pacientes y saben que lo que les espera es igual de desagradable.

Alimentación

Es sabido que el olfato es responsable del 80% de la percepción del sabor; esto trae como consecuencia el aumento del consumo de sal, especias y azúcar, con el consiguiente impacto desfavorable en la salud, como hipertensión, diabetes, etc. Los pacientes refieren, por ejemplo, que el café de la mañana se volvió totalmente desagradable, tiene sabor a huevo podrido.

Las carnes y el huevo (proteínas), pueden saber a podrido o a materia fecal. La cebolla tiene un olor pútrido y muy persistente. Algunos expresan que les resulta imposible comer lechuga por el olor tan desagradable que sienten. Lo mismo ocurre con las frutas. De esta manera, la dieta queda totalmente limitada.

Algunos refieren que preferirían tener anosmia (ausencia total de olfato) antes que pasar por esta transición de oler feo y encontrar sabores desagradables en las comidas. Por este motivo, muchos terminan por comer tapándose la nariz, o tolerar la situación, pero en un estado de angustia y enojo.

El descenso de peso y la consiguiente hipotensión son muy frecuentes. El problema mayor aparece en los niños, a quienes hay que controlar con la curva de percentiles de crecimiento para verificar su estado nutricional.

Estado emocional

El olfato juega un papel importantísimo en las relaciones interpersonales. Casi la mitad de los pacientes con alteraciones del olfato tiene problemas en su autoestima y síntomas depresivos, refieren sensación de aislamiento, insatisfacción con la vida, ansiedad, aumento de enojos e irritabilidad.

El olor de su propio cuerpo se vuelve intolerante, el olor de la pareja puede causar repulsión y, por este motivo, se evita la intimidad y las relaciones sexuales. Sumado a todo esto, existe cierta incomprensión por parte del entorno afectivo, que suele pensar que el paciente exagera en sus descripciones.

Muchas personas han recurrido a grupos de redes sociales para compartir consejos y desahogarse con quienes comparten los mismos síntomas, pero en el largo plazo, solo sienten frustración.

Con el transcurso de la pandemia de COVID-19, se observó un aumento notable de los casos de disosmias, entendidas como secuelas a largo plazo de la enfermedad. El coronavirus despertó este sentido tan complejo: más allá de que las alteraciones olfatorias siempre existieron, el COVID puso en evidencia lagunas de conocimiento en la comunidad médica. Por este motivo, se recomienda precaución en cuanto a los tratamientos, que apuntan a evitar la pérdida irreversible de este sentido tan valioso.

Muchos pacientes, al hablar y contar su problema, recuerdan que tenían un olfato agudo, esto que les sucede los desconcierta, y los abruma la incertidumbre. Muchos de estos pacientes son futuras mamás, en quienes el tratamiento es más difícil y donde se ve afectada la relación con el recién nacido.

Es increíble el relato de los pacientes, al punto tal que se enriquece el vocabulario, a la hora de describir lo que les sucede, el detalle es tan minucioso y preciso, que inmediatamente uno es capaz de notar lo que les sucede. Hablar de olfato siempre fue difícil, quizá por su complejidad o quizá porque se usan adjetivos relacionados con recuerdos, a la inversa de cuando se habla de los colores, que tienen su nombre específico.

Las descripciones que hacen los pacientes, muchas veces desconciertan y sorprenden. Aceptan las sugerencias para lidiar con este problema en su vida cotidiana, a medida que se reparan los circuitos olfatorios. En este proceso de rehabilitación del olfato, aparecen malas conexiones, las señales que llegan al lugar preciso, pero de manera incorrecta, estas conexiones confusas hacen que aparezcan olores y sabores erráticos.

En resumen, las disosmias, cualquiera de ellas, son distorsiones diferentes donde se generan conexiones erróneas, esas señales defectuosas llegan a la “estación repetidora” en el cerebro y causan las parosmias, las fantosmias y las heterosmias, entre otras.