Cómo cuidarnos de las fake news médicas

Cuando alguien dice “está científicamente comprobado que…”, inmediatamente se nos hace verdad. Del mismo modo, si quien declama una “verdad” es un médico, difícilmente sea puesta en tela de juicio. A las claras se ve la correlación de fuerzas que separa a los neófitos de los galenos. No así de otros trabajadores de la salud, vaya a saber por qué razón meritocrática o de clase.

Sobre esta piedra filosofal se funda el relato del complejo médico-fármaco-tecno-biopolítico. A mayor distancia, más grande la magia, la fe, la “verdad”, el poder. Esta abstracción que supone saber genera poder. Como dice Diana, una docente de la escuela de personas en situación de calle Isauro Arancibia: “El que nomina, domina”.

Dentro de la comunidad médica hay quienes saben más de ciertos temas. Pero también está la industria farmacéutica, que, además de medicamentos, fabrica líderes de opinión. Son quienes, subidos a un estrado en un congreso internacional, establecen paradigmas que una gran masa de médicos reproducirá casi sin cuestionar en su práctica diaria. Ni los unos ni los otros saben que fueron colonizados capilarmente por esas corporaciones. Lo que sí saben es cómo crece su cuenta bancaria por instalar nuevos paradigmas basados, eso sí, en datos de estudios metodológicamente correctos y publicados en prestigiosas revistas médicas.

La asociación “lícita” es entre el KTL (líder de opinión, por sus siglas en inglés) y la casa farmacéutica. Son transacciones con contrato, en blanco, y en nombre de conceptos nobles como “educación médica continua”, “encuentro de expertos”, “mesa de asesores”, “programa de embajadores”. En inglés suenan aún más importantes: continue medical education, expert meeting, advisory board, ambassador program. Hasta hace cuatro años, las cifras podían oscilar entre 12.000 y 18.000 pesos la hora por participar en esos encuentros y el total de cada cheque representaba la cantidad de horas que duraba el encuentro. Siempre cumpliendo las chistosas normas éticas que la industria llama “compliance” y se vanagloria de comunicar hacia dentro y fuera de las oficinas para tranquilidad de empleados y KTL.

Es muy gracioso ver las primeras diapositivas en las que los KTL declaran sus conflictos de intereses. A veces son tantos que es lo mismo que decir que no tienen ninguno, porque a quienes pertenecen a la crème de la crème los esponsorean tantos laboratorios que es casi como decir ninguno. Grandes líderes de opinión representan a las colosales farmacéuticas multinacionales, que a su vez tienen representantes en los gobiernos de turno. Por ejemplo, Charles Heimbold, embajador de los Estados Unidos en Canadá por el Partido Republicano en el 2000, ex CEO de Bristol-Myers Squibb; Donald Rumfeld, ex CEO de Searle (Pfizer en 2006) fue secretario de Defensa de los Estados Unidos; M. Daniels, ex director de presupuesto de la Casa Blanca, fue vicepresidente de Eli Lilly; Bush padre, parte del directorio de Eli Lilly.

¿Cómo pensar que un médico que cobra un millón de pesos anuales o más sólo por participar de eventos “científicos” y congresos en el exterior podría no estar influido a la hora de prescribir o recomendar guías de tratamiento o definiciones de “normalidad” para determinados valores de “salud/enfermedad/casi enfermedad”? Si no son más que empleados a sueldo. Los estudios observacionales de fase IV (algunos) aprobados por las casas matrices de los laboratorios multinacionales y publicados en fda.org (por los que se les paga a los médicos cifras desconcertantes incluso para cualquier distraído, pero siempre aprobadas por los custodios de la ética intra y extra laboratorio, los abogados) suelen ser inservibles. Después de todo, sólo engrosan los presupuestos de las areas “médicas” y no de marketing. Se sabe que a eso la industria farmacéutica transnacional lo llama “inversión” y que justifica en parte el alto costo de los medicamentos. Que nadie crea que es publicidad encubierta…

Como le dijo un conocido CEO a un expresidente argentino, ¿la Presidencia?, cargo menor. Las grandes corporaciones transnacionales trafican copyright. Ahí está la trampa. Ni los médicos, ni los KTL ni los CEO se “la llevan toda”. El poder y la fortuna son de los grandes accionistas. La industria farmacéutica trafica derechos de propiedad intelectual. A la medida de este capitalismo financiero. Pero que no nos engañen, fabrican por kilo, venden por miligramo, ejercen una “ciencia oculta” difícil de entender incluso para los más expertos. Que no nos engañen, no conocemos todos sus trucos pero sabemos que es hechicería y nos seducen.

Entonces, cuando leas o escuches sobre nuevas drogas, tratamientos viejos que se estudian para nuevas indicaciones, recordá que detrás existen todos estos intereses. Aun cuando puedan salvar vidas. Sin un Estado que nos proteja, que regule al mercado, que amplíe derechos, que confíe en la ciencia local, que invierta en ciencia y tecnología, que fabrique medicamentos de calidad, no habrá igualdad de derechos. Porque si la salud no es accesible para todos, no es salud. Por eso, para que sea posible un cambio cultural, hay intervenir el imaginario médico hegemónico. Para poder intervenir ese imaginario es necesario conocer de dónde vienen esas ideas que lo representan. El posible cambio cultural no provendrá de la confrontación de esas ideas sino de la divulgación de las ideas contrarias a lo establecido y requerirá de bases científicas sólidas. Si podemos hacer un esfuerzo en identificar a tiempo las fake news, estaremos ayudando a que lo mejor para todos sea posible.